sábado, 20 de enero de 2018

"LOS ARCHIVOS DEL PENTAGONO": EXCELENTE PELICULA POLITICA DE SPIELBERG


Con toda razón, Steven Spielberg esta considerado como uno de los grandes directores de la historia del cine, aunque como otros genios también haya realizado alguna película olvidable. Con “The Post”, traducida en España como “Los archivos del Pentágono”, en mi opinión ha alcanzado otra de sus cimas creativas.

Por desgracia cada día es menos frecuente encontrar películas políticas de calidad. Esta es quizás la mejor película política de los últimos años. Con un añadido, es una obra de profundo contenido ideológico, intensa, y a la vez muy dinámica y entretenida. Consigue hacer pensar y disfrutar. Claro que para ello cuenta con una actriz fuera de serie como es Meryl Streep, con una interpretación llena de matices que engancha desde el primer momento. Como también resultan excelentes Tom Hanks, superando su acartonamiento interpretativo de sus ultimas películas, y el resto de los protagonistas.

La película es una profunda defensa de la libertad de prensa frente a la manipulación de gobiernos con actitudes autoritarias; una denuncia absoluta de la intervención norteamericana en Indochina desde principios de la década de 1950 hasta principios de la década de los 70 y una critica a las manipulaciones de presidentes republicanos como Eisenhower y Nixon y demócratas como Truman, Kennedy y Johnson.

Spielberg no revela nada que no supiéramos en sus aspectos generales, pero desarrolla a la perfección los entresijos del funcionamiento de los grandes medios de comunicación y su relación con los gobiernos y con el telón de fondo de la financiación de los mismos.

El magnifico guion pone de relieve la complejidad de las actitudes personales y corporativas de periódicos de las características del Washington Post o del New York Times; la dificultad de tomas de decisiones en temas de enorme trascendencia y repercusión. Spielberg y sus actores, huyendo de planteamientos simplistas o maniqueos, desmenuza de manera soberbia las dudas, las presiones, las esperanzas, los miedos, la valentía, de todo un gran periódico, desde la propiedad hasta los trabajadores de las rotativas, así como las amenazas y represalias políticas, judiciales y económicas desde el poder.

Es pura historia de la lucha por la democracia, con hechos y personajes reales, que sucedieron hace mas de 40 años, pero cuya vigencia es absoluta en nuestros días, como muy bien ha quedado de manifiesto en los enfrentamientos entre Donald Trump y la prensa demócrata norteamericana. Como también es de enorme actualidad e interés el papel que los jueces pueden y deben desarrollar en la interpretación de los principios constitucionales, con rigor e independencia política.

Habrá quien considere que aquellos años dorados de la gran prensa liberal norteamericana han quedado atrás, arrastrados en buena medida por los cambios en la propiedad familiar de los periódicos y sobre todo por los cambios tecnológicos y el predominio de las redes de internet y las nuevas formas de comunicación, mucho mas expuestos a la manipulación y al simplismo de los mensajes, frente al rigor y la profesionalidad de un periodismo solvente.

Spielberg es implacable con el presidente Nixon, en tantos aspectos parecido a Trump, y las últimas imágenes de la película enlazan con el siguiente escandalo protagonizado por aquel presidente, el Watergate, que a la postre provocó su dimisión.

En todo caso salí del cine pensando que ojalá nosotros en España hubiéramos tenido y tuviéramos ahora unos medios de comunicación como el Washington Post y el New York Times. Realidades como la corrupción hubieran sido denunciadas mucho antes y con mayor contundencia, por no hablar de otros abusos de los diversos gobiernos, grandes empresarios e instituciones de nuestro país.

 En definitiva, una gran película, que recomiendo absolutamente, de algo menos de dos horas en las que ni en un minuto decae el interés y la atención y que debería ser proyectada y comentada en los colegios y universidades.





jueves, 18 de enero de 2018

¿Y SI GANARA CIUDADANOS AL PP?


Tuve ocasión de escuchar a Albert Rivera hace varios años, cuando aún su actividad política se limitaba a Cataluña. Resultaba interesante su forma ágil de comunicación y su discurso mezcla de socialdemocracia light y liberalismo moderado. Tiempo después escuché a Inés Arrimadas, como joven promesa de Ciutadans y la impresión fue todavía de mayor sorpresa.

Cuando su proyección se fue ampliando por el conjunto de España, hubo muchas voces en la izquierda que les calificaron como la marca blanca del PP y como la alternativa de las clases dominantes al previsible desgaste de Rajoy y su gobierno. Incluso hay quienes hoy dicen que Ciudadanos son más peligrosos que la derecha tradicional encarnada por el PP, ya que mostraban una imagen amable y renovada, que podía generar más simpatías en el electorado y ponerlo más difícil a la izquierda.

Nunca he compartida esa visión de la política de que mas vale enfrentarse a una derecha reaccionaria y corrupta que a un centro derecha modernizado, que en el fondo enlaza con la idea de “cuanto peor, mejor”.

Es cierto que Ciudadanos se ha ido desmarcando de su inicial propósito de ocupar el espacio de centro-centro, lindando con el PSOE y disputando a los socialistas sus votantes más moderados. De hecho, en su último Congreso se despojaron de la referencia socialdemócrata, para situarse de manera mucho mas contundente en el centro derecha, fijando su prioridad en atraer al votante moderado de la derecha, harto de la corrupción y de la parálisis gubernamental del PP.

En todo caso Ciudadanos ha sabido jugar con inteligencia su papel de partido bisagra. Apoyando al PSOE en Andalucía o al PP en Madrid y Murcia. Pactando un Acuerdo con el PSOE, que en mi opinión era moderadamente positivo, para la investidura de Pedro Sánchez (que como todos recordamos fracaso por el voto en contra decidido por Pablo Iglesias) y más tarde un Acuerdo con el PP para la elección de Rajoy. Es muy legitimo que muchos consideren este juego a dos bandas como puro oportunismo, pero es muy típico de los partidos centristas en todos los parlamentos democráticos.

Esa actitud flexible en las alianzas, el no estar implicados en ningún caso de corrupción al no haber tenido todavía oportunidad de gobernar, y la posición tajante en el conflicto independentista de Cataluña, les has sido muy rentables en los últimos meses, tanto en las elecciones como en las encuestas.

Pero ese crecimiento de Ciudadanos, en mi modesta opinión, no va a suponer a corto plazo el desmoronamiento del PP y su sustitución política por el Partido de Rivera. A diferencia de lo que sucedió con la UCD de Adolfo Suarez, el PP es un partido muy implantado en España, salvo en Cataluña, con amplia estructura organizativa, con muchos miles de militantes y cargos públicos, con estrechísimas relaciones con las clases dominantes de nuestro país y hoy por hoy con el firme apoyo de la mayoría de los medios de comunicación. Y como hemos visto bastante resistente a los escándalos de corrupción, que la mayoría de su electorado no castiga mucho.

Sin embargo, Ciudadanos no tiene esas solidas bases de las que goza el PP. Es un partido de clases medias, de profesionales, de jóvenes sin mucha carga política o ideológica, pero sin gran implante en la España profunda, ni en los pensionistas, ni en amplios sectores de la derecha más tradicional, y además sin ninguna experiencia de gobierno, que es algo que valora mucho el votante conservador.  Es evidente que con el tiempo el partido de Albert Rivera puede ir superando esas limitaciones y terminar por desbancar al PP de su posición hegemónica en el voto de la derecha y podría suceder que las clases dominantes y los medios de comunicación fueran paulatinamente confiando mas en ellos que en el PP, pero no va a ser cuestión inmediata.

Lo que si resulta evidente es que Ciudadanos va a ser el partido decisivo para la gobernabilidad de España, tanto para la continuidad del gobierno del PP, como para una posible alternativa moderada de centro izquierda liderada por el PSOE.

Así las cosas, sinceramente yo prefiero sin lugar a dudas que el voto de la derecha moderada y del centro derecha vaya a Ciudadanos que al PP. Prefiero una derecha dialogante, moderada, modernizada, que, a un partido reaccionario, inmovilista y con amplias zonas de corrupción. Con un centro derecha como el que hoy encarna Ciudadanos, nos será mucho más fácil a la izquierda entendernos para temas decisivos como la reforma constitucional, la consolidación del estado de bienestar social, el reimpulso de la Unión Europea o nuevos avances en una sociedad más laica, que sin mayorías parlamentarias muy cualificadas no podremos lograr.

Si tener un centro derecha de esas características nos quita algunas banderas a la izquierda y nos lo pone más difícil para afinar nuestras propuestas y lograr apoyo electoral, pues tendremos que espabilarnos. Lo que seria un craso error, es que por nuestra cerrazón echáramos a Ciudadanos de manera definitiva en los brazos del conservadurismo español.  



martes, 9 de enero de 2018

GARANTIZAR EL SISTEMA DE PENSIONES DE FORMA EFICAZ Y ESTABLE


Una propuesta esbozada por Pedro Sánchez, secretario general del Psoe, sobre la reforma de las pensiones, ha vuelto a generar una previsible polémica, al hacer referencia a un nuevo impuesto al sistema bancario para ayudar a la financiación del sistema público de pensiones.

Algunas observaciones al respecto. Merece la pena saludar el reiterado interés del PSOE y en especial de Pedro Sánchez, de abordar cuanto antes un imprescindible proceso de retocar el modelo de pensiones públicas de nuestro país. Sin embargo, da una cierta sensación de insuficiente reflexión sobre el alcance de ese posible nuevo impuesto (que en todo caso es solo una parte, y no la mas importante, de las propuestas que vienen haciendo los socialistas al respecto), sobre todo cuando era previsible el revuelo que se va a montar. Cuando se propone una iniciativa arriesgada políticamente, y establecer un impuesto a la banca sin duda lo es, los riesgos políticos deben compensar los resultados esperados. Con una banca como la que tenemos en España y con unos medios de comunicación mayoritariamente de derechas, hacer esa propuesta para conseguir 800 o 1000 millones de euros, menos del 1% del gasto en pensiones, es realmente poco adecuado. No es que el sistema financiero no debiera contribuir al bienestar social, más aún tras las ayudas públicas nacionales e internacionales que ha recibido, es que, si abres ese melón, al menos que merezca la pena. Y en mi opinión, tal y como parece estar diseñado, lo merece muy poco.

Para empezar a abordar el tema, hay que repetir una vez más, que la estabilidad financiera de la Seguridad Social no es tarea fácil ni económica ni políticamente. La mayoría de las reformas, o mejor sería decir “contrarreformas” del sistema de pensiones de los últimos diez años, se ha centrado sobre todo en un recorte del crecimiento del gasto presente y futuro. Es evidente que sería irresponsable no analizar la evolución del gasto y afrontar cómo es posible su contención en términos razonables, sin generar un recorte generalizado presente o futuro: la necesidad de abordar un mejor tratamiento de pensiones como las de viudedad, creadas en una época socioeconómica muy diferente a la actual; o la ubicación más adecuada de prestaciones que tienen mucho más que ver con políticas de apoyo a las familias o a la natalidad, que con el sistema de pensiones y que por lo tanto requerirían una financiación diferente a las cotizaciones, situándola estrictamente vía impuestos.

Pero más allá de reajustes de cierta importancia en la racionalización del gasto, insisto siempre sin recortar derechos legítimamente adquiridos tras largos años de cotización, el centro de atención debería ser la obtención de ingresos.

El crecimiento del empleo, la mejora de los salarios, y en primer lugar del salario mínimo, y la lucha contra la económica sumergida y la defraudación en las cotizaciones, son elementos decisivos para incrementar los ingresos de la Seguridad Social. Sin embargo, tanto el incremento del empleo como la mejora de los salarios, no se puede garantizar legalmente de forma eficaz, salvo en lo que se refiere al aumento del Salario Mínimo, que sí está en manos del gobierno y recientemente se ha firmado un acuerdo positivo, aunque modesto, al respecto.

En cambio,  en lo que se refiere a la persecución de las diversas formas de fraude en las cotizaciones, la propia Administración de la Seguridad Social tiene sobrada experiencia, si hay voluntad política en sus máximos responsables para mejorar su persecución, como se demostró hace 30 años con la creación e impulso de las Unidades de Recaudación Ejecutiva y otras medidas de reforzamiento normativo y de medios personales y materiales de la Tesorería de la Seguridad Social. Seguramente un buen funcionamiento de la represión del fraude daría a medio plazo muchos mejores resultados que el nuevo impuesto a la banca anunciado por Pedro Sánchez.

Pero además de esas actuaciones, hay que afrontar otras vías de incremento de los ingresos.

En mi modesta opinión, habría que descartar la financiación parcial del sistema de pensiones a través de aportaciones sistemáticas y estables de los Presupuestos Generales del Estado. La función redistributiva que tienen los PGE está fuertemente escorada hacia el apoyo a un segmento de la población, las personas mayores de 65 años, sobre todo en el ámbito de la sanidad, servicios sociales y dependencia. Dado el punto de partida de los años 70 y 80, en que ser viejo era sinónimo de desamparo y pobreza, era imprescindible tal prioridad presupuestaria. Afortunadamente hoy las personas mayores de nuestro país son las que globalmente mas han mejorado sus condiciones de vida y han reducido en mucha mayor medida las situaciones de riesgo de pobreza. Es, por tanto, el momento de sin perder esos avances, fijar como prioridad la situación de las y los jóvenes. La adecuada formación educativa y profesional, el acceso a la vivienda, el apoyo a la inserción laboral, la ayuda a la natalidad y al cuidado de los hijos…deben ser objetivos fundamentales de las políticas sociales. En definitiva, no se deberían retraer nuevos recursos de los PGE para sostener el sistema de pensiones.   

Hay que afrontar que el actual modelo de cotización responde a unos criterios ya desfasados, tanto en lo que se refiere a las cotizaciones empresariales como las de los trabajadores por cuenta ajena, funcionarios y autónomos. El modelo de cotización debe superar los criterios tan rígidos y uniformes que les caracterizan y amoldarse a la enorme diversidad del mercado de trabajo, público, privado y autónomo. A título de ejemplo, no tiene ya ninguna lógica que proporcionalmente coticen con el mismo parámetro empresas intensivas en mano de obra y empresas de reducida plantilla y alta productividad; pequeños talleres o comercios y empresas multinacionales como Zara, Movistar o el Banco Santander; pequeños autónomos y prestigiosos profesionales liberales de elevados ingresos…y un amplio etc.

En lo que se refiere a las cotizaciones de los trabajadores, hay que abordar el peliagudo tema del incremento selectivo de los tipos de cotización. Más importante que el destope de las cotizaciones, que hay seguir manteniendo paulatinamente, hay que incrementar el tipo de cotización a partir de determinado nivel salarial, que bien podría fijarse desde los 1000 euros mensuales, elevando algunas décimas el tipo, incremento que iría aumentando progresivamente en la medida que fueran mayores los ingresos. Incremento del tipo de cotización que podría entrar en vigor de forma paulatina y que al final podría establecer el tipo máximo de cotización para los salarios más altos al menos en el 6%; y en función de sus resultados se debería reevaluar periódicamente.

Es evidente que es una medida que no caerá bien a todo el mundo, por lo que los sindicatos de clase deberían implicarse a fondo en su explicación y defensa, bajo la idea de que es mejor garantizar el futuro de las pensiones con una mayor contribución, redistributiva y solidaria, durante la vida laboral y evitar los riesgos de recorte futuro. Estoy convencido de que la mayoría de la gente compartiría este tipo de reforma, para garantizar el futuro de unas pensiones dignas.


Es evidente que la diversificación en las cotizaciones hace más compleja la gestión de la Tesorería General de la Seguridad Social y de los instrumentos de control del mercado de trabajo. Igualmente es muy posible que un sector empresarial, en connivencia con sus trabajadores mejor retribuidos, busquen fórmulas para ocultar o camuflar una parte de los ingresos reales. Sabemos que las Administraciones Públicas por costumbre son reacias a la diversidad en la gestión y prefieren la homogeneidad, pero con los enormes avances tecnológicas e informáticos actuales, gestionar bien la diversidad es posible.


En definitiva, reformar el sistema de cotización es una vía, solidaria, redistributiva y eficaz, (desde luego no exclusiva) para incrementar los ingresos del sistema de pensiones. Eso sí, hay que tener la firmeza y coherencia política y sindical para asumir este tipo de propuestas, que en todo caso exigirían una ejecución escalonada en el tiempo, pero que sin duda en lo inmediato levantarían críticas e incomprensión desde ámbitos oportunistas, demagógicos o simplemente desinformados.