viernes, 26 de agosto de 2016

LA POLITICA, RECUERDOS DEL COLEGIO SAGRADOS CORAZONES (9)


En sexto llegó al Colegio un cura que había estado largo tiempo no recuerdo bien si en Puerto Rico o en la Republica Dominicana, (lamentablemente olvidé su nombre y no he encontrado referencias por ningún lado, así que me referiré a él como “el cura dominicano”). Traía un estilo, como diría yo, un tanto “yankilandia”. De formas y aspecto muy dinámicas y modernas. Su iniciativa estrella fue la de resucitar la Asociación de Alumnos, que en la practica no existía desde hacía tiempo, aunque seguía disponiendo de un local.

Nos indicó que los alumnos de Preu se encontraban ya con un pie fuera del colegio y pensando qué iban a estudiar en la Universidad. Por tanto los llamados a impulsar la Asociación éramos los de quinto y sexto, ya mayores, pero todavía con perspectivas de tener actividades en el Colegio.

Allí que me apunté, con algunos, pocos, más. Tuvimos varias reuniones donde quedó claro que quienes mandaban eran los de Preu y algún reciente antiguo alumno. Curiosamente con uno de ellos, Guillermo Vázquez, que estaba en silla de ruedas, años después tuve relación con al ser un abogado laboralista en el despacho de Paquita Sauquillo y otro Pedro Martín en la transición fue un cuadro medio de Alianza Popular.

Lo cierto es que en la Asociación  no se nos ocurrieron muchas ideas que pudieran gustarnos a nosotros y sobre todo al resto de los alumnos y a la vez ser aprobadas por los curas. Nuestro centro de interés con 14 y 15 años eran, por este orden, las chicas, la música, el deporte (no en mi caso), el cine y las novelas.

Tras algunos meses de reuniones, la Asociación volvió de nuevo a languidecer. Entonces “el cura dominicano” nos hizo la propuesta de publicar una revista y me pidió que me hiciera cargo de la dirección de la misma y acepté encantado.

La periodicidad de la revista era trimestral; aun y así resultó un trabajo ímprobo conseguir colaboraciones, que tenían que ser de alumnos y excepcionalmente alguna entrevista o aportación de un cura o un profesor. Además no se trataba de competir con la publicación oficial del colegio, la revista “Afán”, que ya he comentado en otra entrega que era bastante clásica, a pesar de los esfuerzos que había hecho por renovarse, al menos formalmente.

En conclusión la revista, y sus más o menos 30 paginas, si bien de tamaño medio folio, la hice casi íntegramente yo. Tenía sección de música, de cine, fotos, noticias, alguna entrevista y sobre todo comentarios de la vida colegial. Como era de prever, el primer número despertó cierta curiosidad entre alumnos y profesores. El segundo casi nada y tras el tercero pasó a mejor vida. En su desaparición también tuvo algo que ver el sesgo político que impregnaba algunos artículos, incluyendo una auto entrevista, que en el colmo de la vanidad, me hice a mí mismo.

Era inevitable la presencia de la política. Estábamos en el barrio donde se producían los altercados universitarios. Los jeeps de la policía y el helicóptero tenían su presencia en la zona.  

En el colegio, mas allá de comentarios puntuales y esporádicos, no encontrábamos respuestas a nuestras confusas preguntas políticas. La Congregación había abrazado sin genero de dudas el aperturismo de Juan XXIII y después de Pablo VI; su apuesta por los pobres era evidente, no eran clasistas y creo que buena parte de ellos no se sentían cómodos en una sociedad sin democracia, aunque por muchas razones no estaban dispuestos a manifestarse públicamente, salvo los casos ya comentados del Padre Miguel y en el plano social, el Padre Juan Antonio.

La política, de una u otra manera, siempre había estado muy presente en mi casa. Mis padres, como toda su generación, estaban muy marcados por la guerra civil. Mi abuelo había estado detenido por el Frente Popular de Santander y toda la familia tuvo que exiliarse a Francia. Mi padre, muy cercano a la Falange, se vinculó a la 5ª Columna en el Madrid republicano, siendo detenido, pasando varios meses en una cheka comunista hasta el final de la guerra.

Como tantas otras personas, con el tiempo fueron evolucionando lentamente. Mi padre, en una época colaborador de José Antonio Girón, se distanció posiblemente al no compartir los negocios que el ministro falangista tenía y de los que quiso hacer participe a mi padre. En 1958, mi padre, junto con otros altos funcionarios del Ministerio de Trabajo, estuvo una temporada en Estados Unidos estudiando su  modelo de relaciones laborales y el contacto con la realidad norteamericano también influyó en su evolución. Con anterioridad mi tío José Antonio había recorrido el camino del falangismo a la democracia y se había ido incorporando a los intelectuales antifranquistas. En casa, cuando quedaban los hermanos y cuñadas, había frecuentes debates políticos. Mi madre, por su parte estaba en la línea del Cardenal Herrera Oria y era fiel seguidora del periódico “Ya”, que leía íntegramente todos los días. El Concilio Vaticano II y el Papa Juan XXIII fueron también decisivos para la evolución de mis padres.

En ese contexto fluido, en 1963 mi padre dio el importante paso de hacerse socio fundador de la revista y editorial de “Cuadernos para el Dialogo”. Así fue como desde el primer número llegó esta publicación a mi casa y tengo que decir que quien se la leía de arriba abajo era yo, aunque con 14 años muchas cosas lógicamente no las entendía.

Tenía un enorme batiburrillo en mi cabeza, que se reflejaba muy bien en la decoración de las paredes de mi habitación, a la que por cierto mis padres nunca se opusieron aunque no les entusiasmaba. Allí convivían Francoise Hardy, mi musa incontestable, Ursula Andress, James Dean, The Beatles, The Animals, Raimon, The Rolling Stones, John Kennedy, el Che Guevara, Kruschev con su zapato, Mao-Tse Tung, Fidel Castro,  Juan XXIII…Mis amigos no tenían en aquellos tiempos ese mismo nivel de interés político, pero claramente querían vivir en un país con libertades.

A través de mi primo Fernando, que por sus hermanos y su padre vivía  en un ambiente mucho más relacionado políticamente, conocí a Jorgito Fabra, intimo amigo de Fernando. Un día me habló de las Juventudes Comunistas, de las que formaba parte. Era un mundo no solamente nuevo para mí, sino sobre todo lleno de misterio y de interrogantes. Sentía una gran admiración y respeto por Jorge.

Pero para desesperación de mi primo Fernando, que resignadamente me acompañaba de vez en cuando a las fiestas patronales del colegio, en ese momento todavía no tenía yo ni madurez ni voluntad para dar el paso al compromiso político. Aun recuerdo las caras de Jorge y Fernando cuando les dije que quería ser misionero, Fernando me preguntó a bocajarro “¿pero tu no quieres acostarte con una mujer?” y yo no supe contestarle otra cosa que “y eso que tiene que ver?”.

Encaucé mis deseos de cambio a través de la religión. Tras fracasar el intento de ingresar en el Seminario de los Sagrados Corazones de Miranda de Ebro (como ya he contado en un post de hace meses), me centré en el estudio de la Biblia y de los Evangelios y en el  voluntariado con los Misioneros Combonianos.  



sábado, 20 de agosto de 2016

EL PADRE MIGUEL, RECUERDOS DEL COLEGIO SAGRADOS CORAZONES (8)


En el colegio, además de enseñarme Historia de España y Universal, Geografía, Historia Sagrada, Literatura, Latín y Griego, lo más importante es que me despertaron el interés e incluso la pasión por estas materias, que se ha mantenido a lo largo de mi vida. Pero el mayor logro fue darme a conocer la Historia del Arte y esto último se lo debo en exclusiva al Padre Miguel.

Era bajito, con el pelo muy negro y rizado, que recordaba de alguna manera a Antonio Gramsci. Era discreto, poco amante de destacar en los acontecimientos del colegio. Todos sus alumnos le recuerdan con gran admiración y afecto. En las comidas mensuales que celebramos los de Letras, hablamos con frecuencia de él y de sus clases y nunca ha salido de nosotros la menor critica, todo lo contrario.

Llegaba a clase casi siempre cargado del aparato de diapositivas y nos iba explicando las fotografías con todo detalle y sabiduría. Y lo más importante transmitía pasión por cada escultura, pintura, monumento, ruina o pieza musical, que también nos enseñaba con su tocadiscos. Todo ello sin censuras de ningún tipo.

Las enseñanzas del Padre Miguel no eran ni memorísticas ni escolásticas. Situaba el arte en el contexto político y social, al igual que hacían los especialistas e historiadores más avanzados de aquellos tiempos y como después leeríamos en los libros de Arnold Hauser. No me atrevo a decir que el Padre Miguel fuera de izquierdas, pero no me sorprendería nada. De hecho en los diez años de colegio, fue el único que expresamente y en clase delante de todos sus alumnos, criticó la falta de libertades del régimen franquista y hacía sarcásticos comentarios sobre la cada vez más frecuente presencia de jeeps de la policía armada en la calle Romero Robledo.

La figura del Padre Miguel, como la del Padre Federico Sopeña, el Padre Llanos, Diez Alegría, González Ruiz, Cassia Just o Josep María Dalmau y otros muchos, fueron un claro exponente de que había otra forma muy distinta de comprender y practicar el cristianismo  y que afortunadamente en nuestro país había sacerdotes que nada tenían que ver con el cura trabucaire de los relatos de Galdos o de Pío Baroja o de las imágenes de la guerra civil y la posguerra.

Ya he referido que en el colegio, en los años 60, estaba muy desdibujada la influencia ideológica del franquismo, pero seguía siendo obligatoria la asignatura de “Formación del Espíritu Nacional”; aunque a esas alturas también había perdido buena parte de sus contenidos políticos explícitos. Los libros de “F.E.N.”, que yo tuve, afortunadamente muy poco tenían que ver con los de la posguerra y los de los años 50. Los nuestros estaban magníficamente editados, desde unas brillantes portadas, hasta unas fotografías y dibujos de calidad. Incluso los textos estaban cuidados, por supuesto dentro de los márgenes del franquismo y así uno de los libros, “Aprendiz de hombre”, estaba escrito nada menos que por Gonzalo Torrente Ballester.

Al profesor de F.E.N., le llamábamos cruelmente “rompetechos”, os podéis imaginar la razón. Aunque llevaba la insignia de la División Azul, creo que era consciente de que los tiempos estaban cambiando y que los alumnos ya no estaban para muchos trotes de adoctrinamiento franquista. Incluso no se si tenía una cierta mala conciencia de que para ganarse la vida se veía en la necesidad de dar esa asignatura, en la que no ponía ningún pasión. No recuerdo que nadie suspendiera y los exámenes no solo eran muy fáciles, sino que la mayoría de los alumnos los terminábamos con frases del tipo “Arriba España!” o “Viva Franco!”, pensando que así se garantizaba el aprobado. ¿Qué pensaría cuando en su casa los estuviera corrigiendo?

En sexto curso tuve la única experiencia de la que no me siento en absoluto orgulloso. Fue una época en que se pusieron de moda los pistones, que raspábamos contra las paredes o el suelo para que explotaran haciendo ruido; desde luego menos ruidosos y peligrosos que los actuales petardos de las fiestas navideñas.

Un día llené un bote de cristal de mermelada con pistones, encendí uno y lo eché dentro de un puestecillo de chucherías que había al final de la calle Princesa, enfrente de la ya desaparecida cafetería Zulia. El puesto lo llevaba una señora viejilla, que tenía muy mal genio, ponía unas raciones minúsculas de pipas y chufas y nos caía fatal a todos los chicos.  Los pistones empezaron a explotar y a saltar del bote. Según contó después la señora, se le rompió mercancía y una parte se le quemó. Como el único colegio de chicos que había en los alrededores  era el nuestro, allí que se fue a denunciar a los bárbaros incendiarios, porque aunque el autor intelectual y material de la tropelía fui yo, había otros amigos acompañando.

No se como lo hicieron y quien se pudo chivar, pero los curas me descubrieron rápidamente; por supuesto no denuncié a nadie de los que habían estado presentes. El Padre Pascual me dijo que era una falta gravísima y que quedaba expulsado un mes. Me dio una carta poniendo en antecedentes a mis padres y me adelantó que me había jugado la matrícula de conducta de ese curso.

No dije nada a mis padres. Todas las mañanas como si tal cosa salía de casa con la cartera, daba vueltas por el barrio hasta que abrían alguno de los cines matinales y me tragaba las dos películas; por la tarde el mismo plan. Mis amigos estaban un poco preocupados por como iba a terminar la aventura. Al cuarto día, supongo que extrañado de que mi padre no hubiera aparecido por el Colegio tras la expulsión, el Padre Pascual llamó a casa. Y se descubrió el pastel.

Aunque mi madre, con quien había hablado el Padre Pascual, intentó suavizar las cosas a mi padre, cuando este llegó la bronca fue monumental. Lo más suave que me dijo fue “majadero”, su insulto preferido; ya no recuerdo si me dio algún tortazo. Me castigó a miles de cosas y esa tarde nos fuimos los dos a ver al Padre Pascual. Este yo creo que se apiadó algo de mí, al ver el enorme cabreo de mi padre y los castigos que me había preparado. Me volvieron a admitir al día siguiente y yo estuve sin paga y sin salir los fines de semana durante un mes, aunque las cosas se fueron relajando con el paso del tiempo.

Lo que si perdí fue la matricula de conducta, en lo que también influyó que en ese curso casi todas las tardes llegaba al colegio  cuando la fila estaba subiendo por las escaleras o incluso estaba entrando en clase. Estaba muy justificado y la culpa era del programa “Vuelo 605” de Ángel Álvarez en Radio Peninsular. Empezaba a las 3 de la tarde y terminaba a las 3 y 25. Lo acababa de descubrir y estaba fascinado. Nada más terminar de comer, me metía en mi habitación a oírlo en el transistor que me trajó mi padre de Ginebra. Cuando ya estaba terminando el programa  salía disparado de casa y corría hasta el colegio. A paso normal de mi casa al cole podía tardar 8 o 10 minutos y tenía que hacerlo en la mitad de tiempo. Afortunadamente aunque la campana para formar las filas de cada clase sonaba a las 3 y media en punto, siempre se tardaba algún minuto hasta que enfilábamos las escaleras camino de las aulas y por suerte no se cerraban las puertas de la calle para permitir la entrada de los más rezagados.

En sexto y también en preu Tato Marcotegui ya no fue el único en llegar tarde a clase, le hice compañía. Aunque en Preu, ya sin el baldón del ataque al puesto de chuches, conseguí la matrícula de conducta.

(Lamentablemente solo dispongo de una foto alejada del Padre Miguel, que aparece a la derecha de esos alumnos que seguramente estarían declamando algún poema a la Inmaculada)  








 



sábado, 13 de agosto de 2016

LA LLEGADA DE THE BEATLES, RECUERDOS DEL COLEGIO DE LOS SAGRADOS CORAZONES (7)


El padre Pascual era el prefecto de disciplina. Era alto y  grueso. Daba un poco de miedo, pero en el fondo era un buenazo. Un día me dijo que quería ver a mi padre, porque no hacía caso a las indicaciones que me venían haciendo de no llevar el pelo tan largo.

Mi padre fue al colegio a hablar con el Padre Pascual; nunca me dijo lo que realmente pensó de la conversación, aunque me figuro que le importaría un bledo. El pelo era un tema muy especial en mi familia. Mi abuelo, mi padre y mi tío José Antonio fueron calvos desde muy jóvenes. Mi padre quiso romper esa maldición capilar y cuando éramos pequeños, al llegar el verano, cortaba a sus tres hijos el pelo al rape, al cero. Parecíamos niños pobres del siglo XIX. A mí no me afectaba demasiado, pero mis hermanas no se atrevían a salir de casa y ni siquiera se asomaban a las ventanas del patio. Ya de adolescente mis padres se gastaron un dinero mandándome a un Instituto capilar, recomendado por el tío José Antonio que había llevado allí a sus hijos. Me llenaban de pringues variados, me hacían masajes, me pasaban unos horrorosos cepillos eléctricos por la cabeza, tomaba unas pastillas. Todo fue inútil.

Por ello a mi padre en el fondo las advertencias del Padre Pascual le debieron parecer hasta crueles, ¡que su hijo disfrutara del pelo mientras tuviera! A todo esto mi “escandaloso” pelo consistía en algo de patillas, flequillo un poco largo y melenita dos dedos por debajo del cuello. De lo que tenían la culpa John, Paúl, Ringo y George. Hoy pocos se acuerdan de la histeria que sacudió a sectores de la sociedad española en los primeros años 60, cuando aparecieron The Beatles, esos “maricones” y “pervertidos” ingleses, que además hacían un ruido espantoso.

En todo caso mi padre, para guardar las formas, me mandó a la peluquería a que me recortaran algo el pelo. A los dos meses estaba igual y el Padre Pascual me debió dejar por imposible.

Los de mi curso y los inmediatamente anteriores no habíamos vivido la irrupción del rock and roll, que en España tan solo una pequeñísima minoría conoció y siguió a finales de los años 50. En tan solo unos años las cosas cambiaron algo. Los transistores, los tocadiscos portátiles y los vinilos, dejaron de ser un objeto de súper lujo. Muchos jóvenes españoles, sobre todo en las grandes ciudades,  pudieron acceder a la revolución musical y cultural que estaban protagonizando The Beatles y los grupos británicos.

Mi padre, como ya he escrito en otro post de este blog, nos compró en 1963 un tocadiscos stereo y unos primeros lps, eps y singles. Fue muy equitativo en la compra de discos. Para él, Domenico Modugno, Marlene Dietrich y música popular alemana. Para mi madre, Schubert, Listz, Beethoven y Chopin. Para mí la banda sonora de West Side Story y de Lawrence de Arabia, tres eps de The Beatles y un ep de The Rolling Stones.

Pero hubo más. Mi padre, que viajaba todos los años a Ginebra a las reuniones de la OIT y también a Francia y Alemania, compró un fantástico magnetofón Grundig, que en la práctica pasó a ser de mi uso exclusivo. El magnetofón estuvo funcionando muchos años, acumulé cintas llenas de música maravillosa. Se estropeó varias veces, lo llevé a arreglar por mi cuenta, hasta que en los años 80 cascó definitivamente. Aun y así guardé durante años como reliquias las cerca de  40 bobinas, hasta que comprendí que nunca más podría escucharlas.

Y así empezó todo. A millones de jóvenes de todo el mundo, el sonido de Liverpool nos cambió la vida.

En mi clase pocos tenían aun tocadiscos y discos. Como ya escribí en la segunda entrega,  Tato Marcotegui era una de esas excepciones. A sus hermanos y sobre todo a sus hermanas mayores les gustaban los cantantes melódicos franceses e italianos. Nos aprendimos de memoria las canciones de Pino Donaggio, Jimmy Fontana, Gianni Morandi, Bobby Solo, Francoise Hardy, Marie Laforet, Sylvie Vartan, Alain Barriere, Richard Anthony, después las de Adamo, Herve Vilard, Claude Francoise, Christophe…

Entre los curas y los profesores había opiniones diversas sobre la “beatlemania”, muchos eran críticos, pero otros no. El Padre Miguel, profesor de Arte, nos dijo que cuando en el siglo XXI se escribiera la historia de la música, se reconocería que The Beatles habían sido tan importantes e influyentes como Bach o Mozart. También recuerdo que nos dio una charla sobre los orígenes musicales de la canción “Inch Allah” de Adamo.

Lentamente las cosas empezaron a cambiar también en el colegio, hasta el punto de autorizar la celebración de conciertos de grupos de rock, en los que participaba algún alumno y lo más sorprendente, con entrada libre de chicas. Así que en el colegio también tuvimos, a una escala modesta, “los matinales del Price”, aquellos conciertos míticos, a los que por cierto solo fui una vez.

Los conciertos se celebraban en el comedor de alumnos y aunque tenían lugar muy de vez en cuando, eran auténticos, es decir no se trataba de una versión “light”. Sonaban a toda pastilla, tocaban puro rock, y nos dejaban seguir la música bailando. Supongo que la decisión de autorizarlos debió ser polémica entre los propios curas y la dirección del colegio, aunque no hay que olvidar que a esas alturas, 1965, 1966, la mayoría de los curas mayores habían ido dejando el colegio, siendo sustituidos por otros más jóvenes y resultaba imposible que de una u otra forma no estuvieran influidos por los nuevos vientos que llegaban de Reino Unido y Estados Unidos.

Y respecto a la presencia de chicas, lógicamente adolescentes de los colegios cercanos o amigas o familiares de alumnos del colegio, era ya un primer presagio de lo que sucedería años más tarde, en que nuestro colegio se convirtió en un colegio mixto, aunque los de mi generación no llegamos a vivirlo.

El rock y las chicas estaban cada día más presentes en nuestras conversaciones, ilusiones y fantasías. Quien más quien menos al empezar el curso en septiembre contábamos nuestras hazañas veraniegas, claro,  sin testigos. Pero al llegar el invierno eran contados con los dedos de una mano los que realmente salían con chicas, más allá de fiestas familiares y situaciones parecidas.

Yo era de esos poquísimos que se relacionaba cotidianamente con “una” chica.

Mi padre obsesionado, con razón, en que aprendiéramos idiomas, me apuntó en la Escuela Central de Idiomas para estudiar alemán, siguiendo sus pasos cuando de jovencito aprendió alemán en la Alemania nazi de 1935 y 1936. Duré dos meses, ante la desesperación de mi padre que también intentaba darme clases en casa. Entonces me apuntó, ante la sorpresa general de mi madre, del resto de la familia, de mis amigos y de los curas y profesores del colegio, en clases de ruso en “Mangold”, en la Gran Vía. Fue en diciembre de 1963.

Tenía dos clases a la semana. La profesora era una niña vasca de las que fueron a Rusia en plena Guerra Civil y había vuelto a finales de los años 50. Fue la primera comunista que conocí en mi vida. Era sumamente discreta en cuanto a sus ideas, pero enseguida captó que conmigo y con Maye podía hablar con plena confianza. Maye tenía un año mas que yo, pero parecía mucho más lista y madura. Era catalana por ambos lados. Pronto caí deslumbrado y enamorado de ella (lo que no fue óbice para que en los años siguientes siguiera enamorándome en verano de mis amigas de Xativa, Amparo, Carmina e Inés).

Maye vivía en San Francisco de Sales 3, perfecto pretexto para ir y volver juntos a Mangold en un microbus amarillo. La recogía en su casa y después la acompañaba y me enrollaba en el portal sin querer despedirme. La verdad es que nos hicimos amiguísimos, teníamos muchos gustos e ideas en común, pero por el momento nada más.

Mis amigos participaron desde el primer momento de mi enamoramiento e incluso alguno vino a la salida de Mangold, para conocerla. Y a todos les gustó. La llamaban “la camarada”.

Durante casi tres años, hasta que entré en la universidad, seguí yendo a Mangold. Aprender, aprender, aprendí poquísimo, aunque llegué a hacerle poemas de amor en ruso a Maye, que la profesora, cómplice encantada, me corregía. En el ultimo año de Mangold, Maye entró en la universidad y todos los días me hacía participe de ese mundo que estaba descubriendo. Lo peor fue que ella se enamoró de un pijo rico de su clase, Ramón Gandarias, que afortunadamente no la hacía mucho caso. Gracias a eso, empezamos a salir a bailar a discotecas y a guateques en la Facultad o en casas de sus amigas.

Mis padres me hicieron un traje a la medida para salir con ella. Escogí el modelo de un reportaje sobre los “mods” británicos. Era de cuadritos y de color entre amarillo pálido y marrón clarito. (Hay que recordar que a mi padre, como buen mediterráneo y a mi madre como buena esposa de un mediterráneo, les encantaban las ropas de colores y formas poco tradicionales). Menos mal que no hay fotos. Aunque nunca me lo dijo, a Maye no le debió gustar mucho mi traje “mod” y desde luego a su madre nada en absoluto; claro que su madre todos los días echaba leña al fuego para que su hija dejara de salir con ese muchachito.

Con la profesora de ruso, Maye y yo seguimos viéndonos periódicamente. Cuando la escisión pro soviética del PCE, ella optó por los pro soviéticos de forma un tanto intransigente y dejamos de vernos.


Nunca exageré ni deformé el tipo de relación que durante esos tres cursos, quinto, sexto y preu, mantuve con Maye, pero curiosamente mis amigos llegaron a pensar que no les contaba todo y que entre “la camarada” y yo había mucho más de lo que les daba a entender. Al Padre Conrado, esperando mi futura marcha al Seminario de Miranda de Ebro, también desconfiaba mucho de esa amistad.

jueves, 11 de agosto de 2016

¿PERO DONDE ESTA LA IZQUIERDA?


Es cierto que tras las elecciones del 26 J, en términos estrictos la legitimidad inicial para formar un nuevo gobierno le correspondía al PP y por ello puede ser  comprensible que el PSOE diera un paso atrás y reclamara a Rajoy que buscara alianzas suficientes para lograr su investidura.

Transcurridos mes y medio, a la vista de lo que esta pasando, o mejor dicho de lo que no esta pasando, ese gesto de “cortesía constitucional” por parte de los socialistas, ha dejado de tener sentido. Por ello llama la atención la parálisis de Pedro Sánchez, sin duda influido por las tremendas presiones de sectores influyentes de su partido. Sánchez no se ha movido hacia ningún lado, ni hacia su derecha, Ciudadanos, ni hacia su izquierda, PODEMOS; tan solo hizo alguna declaración amistosa hacia los nacionalistas.

La recientes seis propuestas de Albert Rivera, demuestran además de la recuperación política y ágil cintura de este dirigente, que sí que había y hay margen para negociar un gobierno alternativo al de Rajoy. Las propuestas de Ciudadanos no solo son asumibles por la izquierda, sino que son claramente positivas y se pueden considerar de una u otra forma contenidas en los programas del PSOE y de PODEMOS.

¿Tan difícil era haber abierto una negociación con Ciudadanos por parte de la izquierda? sobre todo tras los avances logrados con el  acuerdo en la anterior frustrada legislatura. Es cierto que en el pacto Ciudadanos-PSOE había puntos difícilmente asumibles por PODEMOS, que requerían cambios o supresiones y había silencios y omisiones que era necesario incluir.  Pero para eso están las negociaciones.

Si Pedro Sánchez ha estado bloqueado, Pablo Iglesias ha estado en buena medida desaparecido. En las primeras semanas tras el 26-J realizó diversas declaraciones y ofrecimientos al PSOE para diseñar un gobierno de progreso, pero ante el reiterado rechazo de los socialistas, da la impresión de haber desistido, retirándose por el momento de la batalla política.

A nadie se le oculta la dificultad de “cuadrar” un pacto PSOE, Ciudadanos, PODEMOS, por las cruzadas animadversiones existentes. Pero como quedó demostrado en las negociaciones tras las elecciones autonómicas y municipales, sí es posible llegar a acuerdos, al menos de investidura, entre fuerzas dispares del centro y de la izquierda.

Y ante las propuestas de Ciudadanos, ¿pueden el PSOE y PODEMOS  rechazarlas o no darse por aludidos sin despertar la sorpresa, incomprensión e indignación de la ciudadanía progresista de nuestro país?  Y viceversa, ante la eventualidad de que PODEMOS aceptara las propuestas de Ciudadanos, ¿podrían estos últimos seguir con la cerrazón de no querer saber nada con PODEMOS? Al menos habría que intentarlo. ¿Por qué esa suicida actitud de echar a Ciudadanos en brazos de la derecha?

La clave de un gobierno de progreso sigue estando en el PSOE. Si se presenta Pedro Sánchez en el Congreso aceptando las propuestas de Rivera, y su voluntad de retocar en mayor o menor medida el pasado pacto (con lo ya mencionado de realizar algunas supresiones, incorporaciones y cambios), veríamos la reacción de Ciudadanos y de PODEMOS. Lo tendrían muy, muy difícil, para oponerse a la investidura de Pedro Sánchez.

En definitiva no se encuentra explicación razonable para ese enrocamiento de la izquierda, salvo que se piense que tampoco es tan grave que haya un nuevo gobierno de Rajoy, que sería  mucho más débil política y parlamentariamente y podría sufrir un rápido desgaste, que en unas futuras elecciones ayudarían a la recuperación de la izquierda.

La otra explicación, sin duda impresentable, podría encontrarse en que “es mejor dejar a la derecha que siga haciendo ajustes del déficit y que no sea la izquierda quien asuma desde el gobierno ese papelón”; una cínica conclusión tras haber escarmentado en la cabeza de Syriza y Tsipras.

Frente a esos dos posibles argumentos, algunas reflexiones.

Desde posiciones de la izquierda no es admisible aceptar cómodamente que la derecha siga haciendo recortes que perjudican a la mayoría de la población y contentarnos con oponernos con manifestaciones y huelgas. Si realmente creemos que hay políticas alternativas para superar la crisis, tenemos que confiar en ser capaces de llevarlas a cabo.

En segundo lugar volvería a recordar las clarividentes palabras del político italiano Giulio Andreotti, de que desgasta mucho más la oposición que el gobierno, como hemos tenido ocasión de comprobar en la legislatura 2011-2015.

No debemos ser tan ilusos de creer que una nueva legislatura de Rajoy será corta y después volverá la izquierda triunfante. No descartemos que tras nuevos ajustes y la consolidación de la recuperación económica, tengamos PP para mucho tiempo. ¿O es que ya hemos olvidado los larguísimos años de Margaret Tatcher en Reino Unido y los destrozos, muchos de ellos irreparables, que causó a la sociedad inglesa y a su estado de bienestar social?

La sociedad española se juega demasiado y no es admisible que la falta de flexibilidad y de capacidad política de los partidos progresistas nos condene a seguir siendo gobernados por el PP.

 





 




  

sábado, 6 de agosto de 2016

"LOS DE LETRAS"; RECUERDOS DEL COLEGIO DE LOS SAGRADOS CORAZONES (6)



Creo recordar que los de “Letras”  éramos 22. Estábamos juntos en Latín y Griego y el resto de las asignaturas, menos las de ciencias, eran comunes con los demas compañeros de nuestras clases originarias, Quinto A, B o C. Es curioso pero a pesar de tener solo dos horas diarias de clase compartidas, nuestra seña de identidad era ser de Letras, nuestras relaciones y lazos de amistad nos vincularon ya definitivamente a los 22 y dejamos de sentirnos como parte del curso general.

Como la vida nos demostró en las siguientes décadas, los  de “Letras”, éramos gente muy diversa en muchos aspectos y sin embargo el grupo se relaciono muy bien, no se generaron problemas ni tensiones, ni grupitos ni camarillas. Debe ser que el latín y el griego tenían una gran fuerza aglutinadora.

Al ser tan pocos nos colocaban en un aula pequeña y lo cierto es que en cada traslado adrede perdíamos bastante el tiempo. Aun y así nos cundían mucho las clases. En los tres años, tradujimos buena parte de “Las Guerras de las Galias”, de “Las Cartas de Cicerón” y de “La Eneida”, y en griego “La Iliada” y “La Odisea”. Creo que pocas veces he disfrutado tanto estudiando. Sobre todo con “La Iliada”, seguramente el libro que má
s me ha gustado en mi vida.

Membrilera y yo, éramos los mejores. Esta mal decirlo, pero es la pura realidad. Y como nos volvimos muy solidarios, a menudo antes de empezar la clase y de que hubiera llegado el profesor, leíamos en voz alta las traducciones para quien no le había dado tiempo, se había atascado o lo había hecho mal. El problema surgía cuando o Juan o yo nos equivocábamos, que toda la clase aparecía con el mismo error, para mosqueo y cabreo de “Nikita” o del “Goyo”, pero la verdad es que esto sucedía pocas veces. ¡éramos muy buenos!

Dejar atrás, para siempre, las matemáticas, la física, la química, la geometría, el dibujo…fue una increíble liberación. Aunque años después, cuando en segundo de Derecho y conocí al Profesor Prados Arrarte que impartía “Economía Política”, me entusiasmó la asignatura y sentí no tener una base matemática. Con el paso del tiempo llegué pensar que Derecho era una carrera y una profesión aburridísima y que hubiera sido mucho mejor estudiar Económicas.

En los tres cursos de bachillerato superior empecé a sacar muy buenas notas. Los sobresalientes y notables eran mayoría. Y a final de curso llegaron las matriculas y las menciones de honor. En el caso de las Matriculas nos daban una especie de medalla-cruz, imitando a las de los militares (algunas de las cuales todavía conservo) y además un historiado diploma. En el número de la revista del Colegio, “Afán”, correspondiente al ultimo trimestre del curso, figuraban los Cuadros de Honor de cada clase, con la relación de alumnos que habían logrado matriculas y menciones de honor. Era un gran satisfacción aparecer alli.

Mis padres contemplaban con alegria como su primogénito, al igual que el niño Jesús en el Evangelio de San Lucas, iba creciendo en edad, sabiduría y gracia, y dejaba atrás los suspensos o aprobados raspados.

En el bachillerato superior los curas que teníamos de profesores eran ya más mayores, aunque no se muy bien que edad podrían tener el Padre Mateo, el Padre Samuel, el Padre Fidel o el Padre Pascual. El Padre Samuel todavía vivía hace poco y teniendo en cuenta que han pasado 50 años, quizás tuviera entonces en torno a los 35 o 40 años, vamos un chaval, de la edad de mis hijos.

Ellos eran más serios y nosotros más trastos. Una de las cosas que más nos gustaba hacer era disparar con la funda del bolígrafo “Bic” pelotitas diminutas de papel manchadas en tinta, con destino a la espalda del hábito color blanco crema. Al terminar la clase podían tener cinco, seis, siete manchitas. ¿que pensarían al quitarse el habito por la noche?

El Padre Samuel era bajito y más bien gordito. Era fácil enfadarle y sus cabreos nos divertían mucho, a pesar de los capones que daba, porque tenía un tono campechano. El Padre Mateo era más distante, nos dio filosofía, una asignatura que nunca entendí y nunca me gustó. Pero su discurso fundamental era hablarnos de Julio Iglesias, un joven modelico. “Julito”, como el lo llamaba, había sido alumno del colegio, un gran jugador de futbol, hasta que tuvo un accidente y se quedó de momento en una silla de ruedas. Con el paso del tiempo y la rehabilitación, dejó el futbol por la canción. Nosotros deberíamos aprender de “Julito”, de su abnegación, fuerza de voluntad y espíritu de superación.  Era un ejemplo de chico cristiano, claro que cuando aquello aun no se había convertido en un mujeriego, multidivorciado y evasor de impuestos.

Pero el “Julito” hasta en la sopa, no se quedaba en los sermones del Padre Mateo. En todos los festivales del Colegio de las Fiestas de la Inmaculada o de Fin de Curso, uno de los platos fuertes era su actuación. Al principio saliendo a escena con muletas, después apoyándose en un bastón. Era el momento en que muchísimos alumnos se levantaban de sus butacas y salían fuera, con el consiguiente cabreo de los curas y en especial del Padre Mateo, que nos lo afeaba en la siguiente clase. Lo peor es que a muchos familiares presentes, les encantaba la historia de “Julito” y sus canciones,  afortunadamente no era el caso de los míos.

Había otros curas a los que nos sentíamos más cercanos. El Padre Miguel, por encima de todos (y del que hablaré largo y tendido en la próxima entrega). El Padre Javier Flamarique, joven, simpático, alegre, deportista. Como también eran deportistas y cercanos los Padres (eran dos hermanos) Sternfeld.

El Padre Juan Antonio, con características muy parecidas al Padre Conrado, era otro navarro grandote, cuyos sermones resultaban apasionados y a menudo con un tono social, dentro de lo posible en aquellos años. Nos hablaba de “los suburbios” y nos invitaba a que fuéramos a verlos. Yo lo hice algún domingo, acompañando a mi padre que colaboraba con el Padre Llanos en la construcción de casitas para inmigrantes del campo, en el Pozo del Tío Raimundo. El Padre Juan Antonio en los años 70 fue de misionero a Centroamérica, abrazó la Teología de la liberación y se casó con una monja.  De esto nos enteramos muchos años después, aunque a decir verdad no nos sorprendió mucho. 

En los últimos años de bachillerato estábamos más resabiados y empezaron los novillos. No era de los que mas hacía, aunque algunos hice. Los destinos habituales eran o el cine o los billares Moncloa. Nunca entendí el juego del billar además jugaba muy mal; sí me gustaban las maquinas “pinball”, aunque tampoco era un manitas y encima se chupaban el dinero rápidamente. Así que prefería ir al cine. El barrio era una delicia para los amantes del cine barato, de reestrenos, casi todos de doble sesión: Iris, Pelayo, Urquijo, Arguelles, California, Quevedo, Vallehermoso, Galileo, Emperador…todos muy cerca de mi casa.

Teníamos perfectamente identificados los cines cuyos porteros eran permisivos con la edad y los que no. Los que aparentábamos ser mas mayores, como era mi caso, nos encargábamos de sacar las entradas en taquilla y luego intentábamos entrar todos a mogollón. Casi siempre funcionaba. Cuando ibamos al cine por nuestra cuenta siempre había dos criterios de referencia, ver películas de acción, fueran del oeste, de policías y ladrones, o de “romanos”, descartando el cine español, las de amor o románticas y a ser posible las en blanco y negro. El otro criterio es que tuvieran la calificación moral de 3R (mayores con reparos) y mejor aun 4 (gravemente peligrosa). Hoy día buena parte de las películas y series de televisión podrían ser consideradas 4. En todo caso era mucho más lo que imaginábamos que lo que realmente veíamos.

Otro aliciente de los novillos era el poder fumar sin que nadie nos regañara. En los billares Moncloa había una espesa capa de humo. En el cine se podía fumar en el hall durante el descanso.

No recuerdo que me pillaran nunca haciendo novillos. Ni en mi casa ni en el colegio. La firma de mi padre era muy fácil de falsificar y sus tarjetas de visita con sus sobrecitos estaban a la vista, por lo que no tenía mucha dificultad para al día siguiente llevar una justificación al colegio; ni los curas ni los profesores ponían mucho interés en averiguar la verdad, siempre y cuando los novillos no fueran muy frecuentes.