Conocí a Lola González Ruiz a las pocas
semanas de entrar en la facultad de Derecho en el otoño de 1966. En aquellos
tiempos, en una facultad de 5000 estudiantes, no llegaban a 10 las mujeres
militantes: Aurora, Marian, Mercedes, Margarita, Anabela y Lola.
En la célula del Frente de Liberación
Popular de Derecho era la única mujer. Nos tenía a todos un poco o un mucho
enamorados. Lola con 20 años, guapa,
melena rubia, muy sonriente, llena de energía y también de genio, fumando un
cigarro tras otro, destacaba inmediatamente. Siempre estaba en las asambleas,
en las concentraciones, en las manifestaciones en el Campus o en la calle
Princesa y también en las cervezas en Zulia o en Casa Manolo.
Después dejó la célula y pasó a realizar
tareas del “aparato” y al impulso del escuchimizado sector obrero, trabajo
mucho más peligroso. Por razones de seguridad no podíamos relacionarnos con
ella ni con Enrique Ruano, su novio, también en las mismas tareas, pero aun y así
a veces quedábamos para ir al cine o a tomar unas cañas.
En enero de 1969 son detenidos y Enrique
es asesinado al ser arrojado desde un quinto piso por policías de la Brigada Política
Social.
La muerte de Enrique fue un terrible
mazazo para todos sus camaradas del FLP y sobre todo para Lola. Encima la
organización estalló en mil pedazos y quedamos durante un tiempo flotando en el
limbo político del izquierdismo postmayo francés. Lola lentamente fue
recuperando su vida y su alegría de la mano de Javier Sauquillo, que la
idolatraba como pocas parejas he conocido.
Con el estimulo de José María Mohedano y
de algunos otros, fuimos evolucionando hacia el PCE, no sin reticencias y en
1971 volvimos a encontrarnos en el mismo proyecto político. Javier, Lola, el
Panfle y yo formamos un núcleo de profunda amistad. Teníamos los mismos gustos:
íbamos mucho al cine, clásicos norteamericanos de los años 40 y 50, nouvelle
vage francesa, cine comprometido italiano, la generación angry británica; salir
al campo los fines de semana; leer lo ultimo en marxismo o en novela
latinoamericana; comprar cacharritos y figuritas de cerámica; pasarnos por la
librería Cultart de la Glorieta de Quevedo. Hicimos viajes a Paris yendo de un
museo a otro y de un cine a otro, volvíamos cargados de libros y discos
prohibidos, que nos pasaban escondidos los camaradas del tren “Puerta del Sol”,
a los que Lola y Javier defendían…
Lo único que se me hacía muy cuesta
arriba en la convivencia con ellos era su pasión noctámbula, esa manía de irse
a tomar algo al VIP de Velazquez o al Pub de Santa Bárbara al salir de una reunión
de célula, me caía de sueño y ni Lola ni Javier, habla que te habla, querían marcharse a casa.
Ya he escrito recientemente como Lola y
Javier me acogieron con inmensa generosidad en su despacho de General Oraa al
terminar yo la carrera y como me llevaron en la mochila cuando se creó el
superdespacho de Españoleto 13. Lola se especializó sobre todo en la defensa de
los trabajadores de RENFE y de Artes Graficas, realizando un magnifico trabajo
que nunca olvidaran por ejemplo los compañeros de Hauser y Menet. Lola en la Magistratura
del Trabajo y en el Tribunal de Orden Publico era, como se suele decir, puño de
hierro en guante de seda, con su dulce aspecto y sus suaves maneras no dejaba
pasar una y los abogados contrincantes la temían y respetaban. Lola era
especialmente valiente cuando se encaraba con los grises o con los sociales,
como lo fue en la facultad cuando se defendía a bolsazos de los ataques de los
extremistas de Defensa Universitaria.
Lola y Javier hicieron muy buenas migas
con Elena y los cuatro juntos viajamos a la Lisboa revolucionaria en mayo de
1974, fuimos a Cazorla, a Riaza, a San Rafael, a Atienza. Lola y Javier siempre
eran generosos con nosotros. Después ampliamos el círculo de amistades nocturnas
con Antonio Gallifa, Antonio Sama y Pepa o Juan Senra y junto con ellos y otros,
montamos la fracción clandestina, OPI (Oposición de Izquierdas del PCE), que
nos costó una sanción de separación del
Partido de varios meses.
Nos detuvieron juntos a los cuatro en el
coche de Javier y Lola cuando en una manifestación por la Amnistía íbamos
parando el tráfico en el Paseo del Prado. En las postrimerías del franquismo,
Lola y Javier decidieron encargarse de los nuevos despachos que fuimos abriendo
en las ciudades dormitorio, que suponía un trabajo mucho mas incomodo
materialmente, ya que había que desplazarse y los horarios eran mucho peores y había
que bregar con una legislación mucho mas difícil y dispersa que la laboral y
con abogados aun mas trileros. Pero no les importó.
Elena y yo nos fuimos a vivir cerca de
su casa en el barrio de Chamartin, una casa donde eran frecuentes las reuniones
más clandestinas de los comités directivos del Partido a los que nunca ponían
pegas.
Tras la muerte de Franco los cuatro decidimos
ser padres y Lola y Javier además hacerse una preciosa casa en la costa de
Miengo en Santander. Recuerdo la alegría que se llevaron cuando Elena les dijo
que ya estaba esperando un hijo.
La matanza de Atocha rompió una vez más
la vida de Lola en lo físico y en lo psicológico. Todos sus amigos y amigas
pensamos que ese segundo mazazo, mucho más duro aun que el primero, no lo iba a
poder resistir. Y resistió y salio adelante entre operaciones y operaciones y
un sin fin de dolores del cuerpo y del espíritu.
Ni abandonó su compromiso político ni fue de mártir por la vida, aunque bien de
derecho que tenía. Lo único que cambió fue su juvenil sonrisa que quedó velada
por un inevitable tono de tristeza.
En el verano de 1978 fuimos a su casa de
Miengo con nuestro hijo Javier que con un año no hacia más que subir y bajar a
gatas por las escaleras. Lola prácticamente no lograba dormir por las noches,
que pasaba oyendo música y con la luz de la casa encendida. Pero no se
abandonaba a la apatía o al cansancio, recorríamos con ella los puestos del
mercado de Torrelavega buscando el mejor queso o las pastas más ricas., aunque
ella apenas comía,
A Lola la democracia no la trató bien,
siendo como era una gran profesional y una gran trabajadora; otros que durante
la transición en lugar de pelear habían hecho curriculum en universidades
extranjeros consiguieron consejerias, asesorias, puestos creados ex profeso.
Lola ni tenía padrinos ni renunció a su militancia comunista.
Nos seguimos viendo en manifestaciones,
en actos políticos o en cenas y tertulias de viejos camaradas. Nunca le
abandonó la lucidez para recordar el pasado, analizar el presente y pensar en
el futuro.
Con la muerte de Lola se va una parte importantísima
de nuestra vida y de nuestros afectos. Sus amigos y seguro que muchos de los
trabajadores a los que defendió no la olvidaran.
Y un recuerdo cariñoso para José María,
siempre tan solícito con ella y qué tanto la quiso, que decidió acompañarla de
inmediato en su marcha de este mundo.