Creo que hay una amplia coincidencia en
considerar que nos encontramos en un momento decisivo en la historia de nuestro
país, en que tenemos que afrontar de manera ineludible grandes retos políticos,
económicos y sociales, que van a
condicionar para bien o para mal el desarrollo de nuestra sociedad en las próximas
décadas.
La globalización, la salida de la crisis
económica, la lucha contra el paro, la reducción de la desigualdad, el modelo
de Estado (monarquía constitucional o república), las nuevas reglas de
convivencia entre los pueblos de España, la consolidación de las políticas de
bienestar social, la regeneración política…No son tareas fáciles y requieren
ideas, voluntad, entusiasmo, capacidad de dialogo y pacto.
Todo hace pensar que la generación que
protagonizó la modélica transición política de nuestro país y la inmediata
posterior que consolidó el estado democrático, impulsó la políticas sociales y
la plena integración en Europa, esta totalmente agotada y es incapaz de asumir
esas tareas.
Hay por tanto que afrontar la renovación
generacional, que en mi opinión debe ser profunda y generalizada, un cambio que
es algo muy distinto a una mera liquidación por derribo o a una simple
sustitución de caras y edades, que sería
un “quítate tu, que me pongo yo”.
Esta renovación generacional ha empezado
ya de manera evidente. Ha cambiado el monarca, el Secretario General y la mayoría
del equipo de dirección del PSOE, los máximos responsables de algunas de las
mas grandes empresas del país, lo hubo en el PNV y han anunciado su marcha el
coordinador de IU, el Secretario General de UGT y el líder de Anova, Xosé
Manuel Beiras. Por no hablar del equipo de dirección de PODEMOS, aunque estos últimos
para elaborar su programa económico ha echado mano de dos economistas no
precisamente jovencitos. Y sin duda habrá más cambios, incluso en el propio PP.
Renovación generacional que debería
situarse más bien por debajo de los 40 años, que por debajo de los 50 y que sin duda tenía que haberse empezado a preparar bastante antes y no esperar a que empiecen a crujir todas las costuras del sistema democrático.
Hay quien puede pensar que es un riesgo
muy peligroso que problemas tan difíciles y complejos tengan que ser afrontados
por gente joven con limitada experiencia y desconocida o insuficiente
preparación. Pero no esta mal recordar que en 1977, con retos igualmente
formidables, buena parte de la clase política, económica y sindical era joven o
incluso muy joven, si bien hay que admitir que en 1977 hubo una excepcional
combinación de jóvenes y maduros: Felipe, Suárez, Fraga, Carrillo y tantos
otros y entre todos tejieron un consenso que permitió sacar nuestro país hacia
delante.
Pero en mi opinión sería un grave error
concluir que con bajar 20, 25 o 30 años la edad media de nuestros dirigentes políticos,
económicos o sindicales ya tendríamos la solución. No es una cuestión de
lifting o de imagen. Es imprescindible que lleve aparejada la renovación de ideas, de propuestas, de
programas.
Es cierto que hoy hay nuevas maneras de
relacionarse y comunicarse, pero el debate de ideas no es asimilable a quien
manda más o mejores tweets o wasaps. Y las ideas nos surgen de la nada ni de un
momento ocurrente que tenga alguien.
No necesitamos eruditos, ni
coleccionistas de masters, sino personas preparadas, con formación sólida, con
información rigurosa, con conocimiento de la historia de nuestro país y del
mundo, con referencias ideológicas (algo muy distinto a ser meros recitadores
de catecismos de izquierda o de derecha) y en la medida de lo posible con
experiencia laboral y de gestión.
Gente que sepa que va a tener que
gobernar uno de los estados más desarrollados y más complejos políticamente del
mundo y que ello no se puede hacer con frases hechas, slogans o lugares
comunes. No les va a ser nada fácil lidiar con los exportadores chinos, con la
troika, con los poderes institucionales de
la Unión Europea, con las multinacionales, con los grandes fondos inversores
internacionales, por no hablar de los altos cuerpos de la Administración del Estado,
el poder judicial, los grandes medios de comunicación. Y no vale decir que
movilizaran a la ciudadanía las veces que haga falta para vencer las
resistencias y pensar que será así de sencillo.
No, no nos podemos permitir que un
gobierno que encarne la renovación generacional sea apabullado, ninguneado o
puenteado por poderes e intereses no democráticos. No podemos encaminarnos a
pocos años vista a una frustración generalizada de expectativas de cambio, que
seguramente capitalizarían los poderes más conservadores e insolidarios.
Por ello les tenemos que dar a los
nuevos dirigentes jóvenes nuestro voto de confianza sin reticencia alguna y a la vez exigirles
que se preparen ellos y sus equipos desde ya para afrontar esas
responsabilidades políticas, económicas, sindicales, sociales, etc. en las
mejores condiciones posibles. Y ello exige, igualmente, que desde ya se les empiece a dar espacios de poder cada vez mas amplios y efectivos
La renovación es buena, natural e inevitable, pero mucho mejor que sea con
ideas renovadas, sólidas, rigurosas, fundamentadas. Y en ese camino los viejos
podremos y debemos echar una mano, siempre que sea necesario.